El 28 de junio de 2009 quedó marcado como uno de los días más oscuros en la historia reciente de Honduras. Fue un acontecimiento nefasto en el que la oligarquía nacional y los militares perniciosos, dirigidos por los Halcones del Pentágono, unieron fuerzas para perpetrar un golpe de Estado. El motivo detrás de esta conspiración fue el temor de que el país encontrara en el proyecto del Alba una oportunidad para superar sus históricos problemas de pobreza extrema, falta de educación, atención médica y vivienda.
Sin embargo, este trágico evento despertó a un pueblo que hasta entonces había permanecido indiferente ante estos problemas. Es como si se cumpliera aquel adagio que mi abuela solía repetir: «no hay mal que por bien no venga».
No obstante, no podemos ignorar el largo y difícil camino que este pueblo ha decidido recorrer para refundar su país y liberarlo del secuestro histórico de su institucionalidad. Durante siglos, las élites del poder han manipulado, controlado e impuesto sus intereses a través de los dos partidos políticos anacrónicos, que han servido como paraguas de legitimación frente a una sociedad desinformada, ignorante, indiferente y temerosa.
Fue suficiente motivo para la derecha recalcitrante del país el hecho de que un presidente se atreviera a consultar a su pueblo sobre la posibilidad de una nueva Constitución. En Honduras, nuestra Constitución, en lugar de ser un contrato social, parece ser un engendro diseñado a medida de los intereses de esa oligarquía asociada con los intereses estadounidenses en la región, y no de los intereses del pueblo hondureño. En otras palabras, nuestra Constitución no es un marco jurídico que sirva para abordar las necesidades pendientes de un pueblo que busca generar un Estado de bienestar para todos.
La derecha internacional se alarmó ante la gestación de un proyecto político en América que amenazaba con poner fin a la hegemonía imperialista estadounidense en la región. Esa hegemonía ha estado asociada con los intereses de una clase parasitaria que históricamente solo ha generado hambre y miseria en los pueblos colonizados del continente. El Alba se presentaba como una alternativa para revertir esa realidad, y en esa lucha se unió como un valiente remador José Manuel Zelaya Rosales. Sin embargo, pagó un alto precio por desafiar al imperio y a sus lacayos locales, quienes, como perros rabiosos, lo sacaron de su casa en pijama y chanclas en una oscura y lluviosa mañana para enviarlo lejos de Honduras a través de Palmerola.
Apenas horas después de este hecho, en una orgía política en el Congreso Nacional, sin pudor ni aspavientos, los lacayos leyeron una supuesta carta de renuncia del presidente, quien había estado en funciones hasta solo unas horas antes. Este acto de cinismo ha sido uno de los más descarados en muchos años de historia de este maltratado país.